Más allá del ranking, ¿qué educación queremos construir?

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En los últimos años, la conversación sobre el acceso a la educación superior ha estado marcada por esfuerzos en avanzar hacia mayor equidad.

Uno de los pilares de ese intento fue la incorporación del Ranking de Notas como parte del sistema de admisión universitaria. Su propósito era claro: valorar el rendimiento escolar en su contexto, reconociendo a quienes se destacaban en sus establecimientos, más allá de los resultados estandarizados. Sin embargo, el contexto ha cambiado, y con él, la efectividad de esta herramienta.

La reciente decisión del Comité Técnico de Acceso Universitario respecto a la modificación del actual ranking por un “ranking puro” a partir del proceso de admisión 2028 no es una simple actualización técnica. Es una señal clara de que necesitamos repensar qué entendemos por mérito, justicia y calidad educativa. En la última década, el fenómeno de la “inflación de notas” ha debilitado el sentido original del ranking, generando distorsiones que terminan afectando a quienes se pretendía beneficiar. Entre 2011 y 2023, el porcentaje de egresados con promedios sobre 6,0 pasó de 20% a 41%, relativizando las diferencias reales de desempeño.

El nuevo modelo, enfocado únicamente en la posición relativa del estudiante dentro de su colegio, busca corregir esa distorsión. Ya no se tratará solo de cuánto promedie un alumno dentro de su generación, sino del lugar que ocupa respecto a sus compañeros. La lógica es sólida: se eliminan los incentivos para inflar notas de manera artificial, se nivelan las condiciones y se revaloriza el esfuerzo individual dentro de su contexto educativo. Esta propuesta no solo representa un ajuste técnico, sino también una oportunidad para detenernos y formular preguntas estructurales de fondo, como: ¿qué tipo de educación queremos construir?

Debemos ser cuidadosos al seguir reforzando una lógica de competencia que lleva a estudiantes, familias y colegios a centrarse más en maximizar puntajes que en formar personas. La obsesión por los rankings internos y externos ha desplazado el sentido educativo hacia la obtención de resultados cuantificables, desatendiendo habilidades como la colaboración, el pensamiento crítico, la empatía o la creatividad.

Hoy tenemos una gran oportunidad de hacer algo distinto. La modificación al ranking debe ser entendida no solo como una corrección técnica, sino como una invitación a revisar el propósito de nuestro sistema educativo. ¿Está formando ciudadanos preparados para enfrentar los desafíos del siglo XXI? ¿Está reconociendo talentos diversos o sigue encasillando a los estudiantes en moldes únicos? ¿Seguimos enseñando para una prueba o estamos realmente educando para la vida?

Una educación transformadora no se juega únicamente en la fórmula de admisión, sino en la convicción de que cada estudiante tiene un potencial único, y que el rol del colegio es acompañarlo en ese proceso. Eso implica políticas de apoyo, formación docente continua, ambientes escolares saludables y, por cierto, sistemas de evaluación coherentes con ese propósito. También implica una disposición institucional y social para valorar trayectorias diversas, comprender contextos y abrir puertas.

Porque la pregunta no es solo qué tipo de ranking queremos, sino qué tipo de sociedad estamos construyendo cuando decidimos qué vale y qué no en la experiencia escolar. Toda reforma educativa es, en el fondo, una declaración sobre el país que aspiramos a ser.

Juan Manuel Sanhueza Soto
MBA – Ingeniero Comercial
Director Corporativo de Admisión y Marketing
Universidad Autónoma de Chile


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