Escribe Mario Grandón Castro.
El mundo entero lamenta la partida del Papa Francisco, un líder espiritual que marcó una época por su cercanía, sencillez y compromiso con los más pobres y excluidos. Su fallecimiento deja un vacío profundo, no solo en el corazón de los católicos, sino también en quienes, sin compartir su fe, reconocieron en él a una figura de paz, humanidad y esperanza.
Francisco —nacido Jorge Mario Bergoglio en Argentina— fue el primer Papa latinoamericano y también el primero en elegir el nombre del santo de Asís, reflejando desde el inicio su intención de llevar una Iglesia más humilde, más cercana al pueblo y atenta a los dolores del mundo.
Chile tuvo el privilegio de recibirlo el año 2018. Su visita, marcada por gestos de sencillez y mensajes directos, incluyó un momento particularmente significativo: su paso por La Araucanía. En Temuco, Francisco celebró una misa en el aeropuerto de Maquehue, desde donde hizo un llamado a la paz, al diálogo entre culturas y al respeto por los pueblos originarios. En esta tierra de historia compleja y muchas veces dolorosa, el Papa pidió a todos “reconocerse mutuamente, dialogar y construir juntos un futuro de esperanza”.
Hoy, al conocer su muerte, no solo los fieles católicos lloran a su pastor. También lo despiden personas de todas las creencias, reconociendo en él una figura coherente, que nunca dejó de tender puentes y que buscó, hasta el final, que la Iglesia fuese más humana y solidaria.
Francisco nos deja enseñanzas que trascienden la religión: la importancia de escuchar al otro, de vivir con humildad y de actuar siempre con amor al prójimo. Su legado vivirá en quienes trabajen por un mundo más justo, más fraterno y más compasivo.
Francisco descansa en paz. –